I): A modo de introducción
Tiempo Pasado, de Beatriz Sarlo, es un libro que pretende discutir el lugar, la función y la importancia que la cultura contemporánea le asigna a la memoria y la subjetividad en la instancia del conocimiento del pasado. [1] Pero no de un pasado remoto y arcaico, sino de un pasado reciente y por lo mismo fatalmente operante en el presente, de un pasado que por lo tanto no puede dejar de producir efectos políticos en ese presente desde el que se intenta aprehenderlo.
Tiempo Pasado es, por consiguiente, un texto político que se propone discutir posiciones políticas acerca de los modos de conocimiento del pasado y de los supuestos epistemológicos, teóricos y metodológicos que las sustentan. Y por las mismas razones es un texto eminentemente crítico, es decir, un texto que pretende analizar pero también evaluar el sentido y el alcance de cada una de las posiciones consideradas.
Posee, en tal sentido, la formulación de un texto académico. Pero su significación y su orientación pragmática no se reducen a la dimensión específica de lo académico, ya que aspiran a intervenir en una esfera que excede largamente los límites de las instituciones y los saberes especializados. Esa esfera no es otra que la de las cuestiones públicas y por lo tanto políticas en el sentido más lato del término: de tal modo, el texto de Sarlo, configurado y modulado por una escritura ensayística, se exhibe como un nuevo eslabón de ese género singular -el ensayo- que, en la tradición de la literatura y la cultura argentina, siempre se revela como un eficaz instrumento no sólo de exposición de ideas sino además, y esencialmente, de intervención en la cosa pública.
Hasta ahí, el mérito y el valor del nuevo escrito de Sarlo. La justeza de sus proposiciones, la validez de sus enunciados, será el objeto de un nuevo examen y una segunda discusión que su lectura promueve, en este caso ante ese colectivo singular que constituimos la suma de sus atentos lectores.
II): La inquietante presencia de lo ausente
El texto de Beatriz Sarlo que estamos considerando podría definirse como una larga y minuciosa interrogación acerca de los modos de conocer el pasado.
Porque el pasado, en tanto cosa a conocer, admite distintas modalidades de acercamiento y apropiación discursiva.
Por ello, el texto de Sarlo comienza con una frase axiomática que advierte, de manera admonitoria: El pasado es siempre conflictivo. Conflictivo quiere decir además, en este caso, controversial, puesto que ese carácter conflictivo no deja de suscitar discusiones entre los distintos discursos que lo abordan. Por ello, puede afirmar seguidamente que A él se refieren, en competencia, la memoria y la historia, porque la historia no siempre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos del recuerdo. [2]
De manera que el párrafo inicial del texto presenta una escena agonística que traza el horizonte mismo donde se habrá de desplegar su escritura. En esa escena dos contendientes se disputan el derecho pero también la autoridad para hablar del pasado: la Memoria y la Historia. La Memoria se autoriza en la capacidad de narrar una experiencia vivida; la Historia en la capacidad de explicarla.
Frente a ello, la escritura de Sarlo se muestra concesiva y condescendiente respecto del derecho que la Memoria reivindica, pero al mismo tiempo expone, con firme rigurosidad, las objeciones que le merece la reconstrucción puramente testimonial del pasado. Del mismo modo, afirma las ventajas que supone el conocimiento histórico del pasado, al que no vacila en calificar de académico o disciplinar en diversas ocasiones. Así, el ensayo despliega una constante ponderación axiológica de sus temas y objetos de reflexión, mediante un movimiento polémico que no vacila al enfrentar tópicos y lugares fuertemente establecidos al nivel de la doxa o sentido común acerca de ellos.
Notoriamente, y unas pocas líneas más abajo de ese párrafo inicial, la escritura de Sarlo practica quizás de modo excepcional un intento -un atisbo- de definición, o por lo menos de caracterización del pasado, cuando dice: Más allá de toda decisión pública o privada, más allá de la justicia y de la responsabilidad, hay algo intratable en el pasado. Y agrega seguidamente: Pueden reprimirlo sólo la patología psicológica, intelectual o moral; pero sigue allí, lejano y próximo, acechando el presente como el recuerdo que irrumpe en el momento menos pensado, o como la nube insidiosa que rodea el hecho que no se quiere o no se puede recordar. [3]
Así, según Sarlo, hay algo intratable en el pasado. Literalmente: algo que no se puede tratar, es decir, manejar, relacionar, cuidar, conversar e incluso disputar. El pasado escapa a todas esas posibilidades, como si fuese un objeto evanescente e inasible al que sólo pueden intentar reprimirlo diversas patologías, pero que permanece en esa ubicuidad que lo caracteriza -sigue allí, lejano y próximo- acechando al presente.
Ese pasado acechante supone un símil, respecto del recuerdo o de una especie de aura degradada representada por la nube insidiosa. Porque como el recuerdo, irrumpe en el momento menos pensado, y como la nube insidiosa rodea al hecho que no se quiere o no se puede recordar. Hay una doble dimensión opositiva y negativa conjugada en el símil, puesto que el pasado al igual que el recuerdo irrumpe de modo imprevisto, es decir, no calculado ni deliberado, y por otra parte -cual nube maliciosa- rodea ciertos hechos a los que no se desea o no se puede rememorar.
Demasiada literatura, podría acaso juzgarse, para pensar el pasado. Porque si son literarias la figuras utilizadas para su aprehensión, también lo son las formas con que se lo recorta o inviste. Así, esa cosa intratable, acechante, que es el pasado para Sarlo, no puede ocultar su filiación respecto de las ficciones mayores de la cultura moderna: de la ficción literaria como es la narración proustiana con su célebre representación de la memoria involuntaria, o de la ficción teórica como es la discursividad freudiana, con sus metafóricas representaciones acerca de lo reprimido e inconciente.
Como lo hacen esas ficciones, el texto de Sarlo viene a decir que el pasado no sólo tiene algo de irreductible, sino que también es, en cierto modo, soberano. Por ello, seguidamente agrega: Proponerse no recordar es como proponerse no percibir un olor, porque el recuerdo, como el olor, asalta, incluso cuando no es convocado. Llegado de no se sabe dónde, el recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario, obliga a una persecución, ya que nunca está completo. El recuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontrolable (en todos los sentidos de la palabra). El pasado, para decirlo de algún modo, se hace presente. Y el recuerdo necesita del presente porque, como lo señaló Deleuze a propósito de Bergson, el tiempo propio del recuerdo es el presente: es decir, el único tiempo apropiado para recordar y, también, el tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio. [4]
Una vez más, la aprehensión del pasado es, antes que conceptual, figurativa y retórica. Su fantasmática procedencia -como en Proust, como en Freud, se lo piensa con un origen evanescente e incierto- obliga a una persecución (incesante, podría agregarse), puesto que nunca está completo. Y es por esa razón que el recuerdo insiste, imponiéndose sobre el presente, del que se apodera convirtiéndolo en el único tiempo posible para su ejercicio.
La paradoja que señaló Deleuze, de tal manera, termina capturando la perspectiva que orienta el pensamiento y el conocimiento del pasado. De esa paradoja no podrán escapar ningunas de las vías que el saber histórico ensaya. Pero si la vía de la Memoria puede llevar hacia el terreno de una fascinación mitificante que obture una cabal comprensión del pasado, la vía de la Historia, por el contrario, puede conducir hacia un espacio de entendimiento que se revele como más fructífero y como más valioso respecto de ese tiempo inactual.
Diríase, en tal sentido, que el texto de Sarlo se presenta como un texto literario, aunque después su enunciación vire hacia las formas mucho más conceptuales del ensayo. Ese gesto inicial, esa obertura enunciativa, puede leerse en consecuencia como un indicio de cierta axiología discursiva que inscribe los modos retóricos de apertura del debate, y que anticipa el valor mayor que se habrá de otorgar a la literatura en la instancia decisiva de su cierre.
III): El pasado y sus vías de acceso antagónicas
La Memoria pretende transmitir una experiencia. Memoria es memoria de algo vivido, recuerda Sarlo, y por ello requiere de una especie de dispositivo discursivo para lograr su propósito.
Ese dispositivo está constituido por un sujeto que cuenta en primera persona, y por formas narrativas que adoptan generalmente las formas del relato testimonial. Pero lo testimonial, advierte Sarlo, conlleva los riesgos de la mitifación obturante del sujeto. Porque el sujeto fue pensado tradicionalmente tanto por la filosofía como por la psicología e incluso la crítica literaria como fuente y garantía de verdad, tal como lo revelan ciertos géneros paradigmáticos como el discurso auto-biográfico.
Sin embargo, ha sido la propia modernidad la que elaboró, acaso como antídoto frente a esa mitificación del sujeto, toda una “epistemología de la sospecha”. Sarlo cita a Nietzche y a Freud como sus abanderados, y a Paul de Man y Jacques Derrida como dos artífices de la deconstrucción del sujeto. Al respecto, afirma que Como de Man, Derrida hace la crítica de la subjetividad y la crítica de la representación, y señala el modo en que cualquier relato autobiográfico se despliega buscando persuadir. [5] Pero si bien admite la validez de semejante crítica deconstructiva, al mismo tiempo parece desear dejar sentado que su reflexión y su escritura no transitan por la misma senda. No es necesario suscribir una epistemología nihilista -aclara entonces Sarlo- para traer estas posiciones a una discusión con las posiciones simples de la verdad en el testimonio autobiográfico o con las ideas de que un relato de posmemoria (...) es vicario. [6]
El testimonio, entiende en su reflexión, cobra un enorme valor jurídico y político en situaciones históricas reparadoras de las atrocidades y aberraciones propias de un pasado cercano y siniestro. Así, al Holocausto practicado por el nazismo durante la segunda guerra mundial, o a la política de desaparición forzada de personas practicado por las dictaduras militares del Cono Sur durante los años setenta, sucedieron períodos de enjuiciamiento de tales fenómenos históricos en los cuales el valor político y jurídico del testimonio fue decisivo. Cómo no creer en la palabra de los sobrevivientes de los campos de exterminio nazi o de los campos clandestinos de detención de personas en los países australes, argumenta Sarlo, sin incurrir en la malicia descalificadora de sus defensores.
Pero cuando se trata de extender esa creencia a otro tipo de relatos testimoniales, como los que ofrece una sospechosa abundancia de libros publicados en los últimos años, el ensayo de Sarlo practica un distanciamiento que implica a la vez la radical puesta en duda de sus supuestos gnoseológicos. Admitir acríticamente la verdad de lo que un sujeto recuerda es, para Sarlo, un gesto de candor epistemológico.
Al respecto, sostiene que Hay dos tipos de inteligibilidad: la narrativa y la explicativa (causal). La primera está sostenida por un efecto de “cohesión”, que proviene de la cohesión atribuida a una vida y al sujeto que la enuncia como suya. [7] Pero lo que un sujeto recuerda difícilmente sea la mejor fuente para acceder a un genuino conocimiento de lo histórico.
Por ello, frente a esa clase de inteligibilidad narrativa, que caracteriza a los discursos de la Memoria, se alza otra clase de inteligibilidad, de naturaleza explicativa y causal, la inteligibilidad de la Historia. Porque la Historia no pretende capturar la totalidad de una experiencia vivida que, como lo demuestran ciertos relatos como los de Primo Levi, es en el límite inenarrable. La Historia pretende en todo caso explicar esa experiencia, y por eso apela a otras estrategias discursivas, más afines al discurso metódico y argumentativo de las disciplinas científicas.
[1] Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
[2] Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, op. cit., pág. 9.
[3] Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, op. cit., pág. 9.
[4] Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, op. cit., págs. 9 y 10.
[5] Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, op. cit., pág. 41.
[6] Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, op. cit., pág. 41 y 42.
[7] Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, op. cit., pág. 66.
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