A setenta años de la aparición de las “Aguafuertes Porteñas”, los textos periodísticos de Roberto Arlt aún constituyen un territorio marginal y supuestamente “menor” en las consideraciones críticas de su obra. Ello se debe a que, por lo general, no son vistos como textos literarios en sentido estricto, al considerar su género, sus asuntos, su formato y el medio en que se publicaban. Como es sabido, las “Aguafuertes...” constituían una columna que Arlt publicó en el diario “El Mundo” desde 1928 hasta el momento mismo de su muerte, en 1942. Dicha columna, cuyo título sufrió diversas modificaciones a lo largo del tiempo, consistía en un registro descarnado e irónico de una serie de tópicos, personajes, situaciones e historias que dibujan una suerte de friso donde pueden reconocerse múltiples aspectos de la cultura urbana de la época.
El hecho de que esos textos generalmente fueran soslayados por la crítica, tal vez se deba a que, para los supuestos y los valores con que tradicionalmente la crítica opera, las “Aguafuertes...” parecen no formar parte de la obra arltiana. Tamaña suposición, evidentemente, solamente puede sostenerse en una determinada manera de concebir dicha obra: esto es, en una manera que traza rígidas fronteras genéricas entre los textos, determinando qué es literario y qué no lo es, y circunscribiendo el alcance de la obra a aquellos textos que responden a las convenciones genéricas de lo que se considera literatura.
Pero los textos periodísticos de Roberto Arlt no dejan de desafiar este tipo de distinciones, ya que por su peculiar lenguaje, por sus formas descriptivas y narrativas, por su vasta temática o por sus recursos y dispositivos retóricos, nunca dejan de evocar la presencia de los discursos literarios en su propio seno. Se trata, por así decir, de textos escritos literariamente, aún cuando por su formato y su género se los ubique, en principio, en otra instancia taxonómica. Y es esa modalidad de su escritura, precisamente, la que obliga a relativizar las oposiciones clasificatorias rígidas, proponiendo otra manera de leerlos: por tal razón, en vez de oponer las crónicas periodísticas de Arlt al conjunto de sus textos literarios, tal vez se trate indagar en qué medida se vinculan con ellos, sin desconocer, naturalmente, las diferencias de género que objetivamente separan a unas de otros. [1]
Arlt periodista
Como se ha dicho, las “Aguafuertes Porteñas” de Arlt constituyeron una serie de notas periodísticas publicadas en el diario “El Mundo” desde agosto de 1928 hasta el día posterior de la muerte de Arlt, acaecida el 26 de julio de 1942. [2] La participación de Arlt en ese medio ilustra, de manera paradigmática, lo que podría llamarse la política editorial del periódico, dado que “El Mundo” era un diario de características modernas con gran penetración en los sectores populares. El primero en el país en ser editado en formato tabloid, “El Mundo” es un periódico que ofrece un variado menú de temas a un público tan amplio como heterogéneo, desde una perspectiva editorial que soslaya la crítica abierta o la confrontación con los poderes de turno. [3] Pero esa orientación complaciente suponía al mismo tiempo la convocatoria de un conjunto de escritores e intelectuales que garantizaban la idoneidad profesional de su trabajo en el diario, asegurando así la excelencia del producto que se lanzaba al mercado. Así, participan de la redacción de “El Mundo” en sus orígenes además del propio Arlt una serie de escritores como Leopoldo Marechal, Horacio Rega Molina o Conrado Nalé Roxlo, como asimismo Alberto Gerchunoff que se desempeña por un tiempo como director del periódico.
En ese contexto, Arlt se constituye rápidamente en el redactor “estrella” del nuevo medio. Es el primero en firmar la columna a su cargo, y se convierte prontamente en un punto de referencia ineludible para los lectores del periódico. De ese modo, la práctica periodística le permite acceder a un público verdaderamente masivo, que para la perspectiva de Arlt no difiere esencialmente del público lector de sus textos literarios: por tal razón, periodismo y literatura, lejos de constituir esferas de acción irreductibles o antagónicas, son para Arlt dos actividades que, prácticamente de manera natural, se conectan entre sí de manera recurrente. [4]
Situado en ese espacio de intersección e intercambio entre ambas prácticas, escribe entonces sus notas para “El Mundo” a lo largo de catorce años. Bautizadas como “aguafuertes” para designar el sentido icónico, visual, de su textualidad, según una tradición que remite a nombres tan ilustres como los de Rembrandt y Goya, las crónicas de Arlt irán modificando, a lo largo del tiempo, su temática, sus aspectos genéricos y su mismo nombre. Esas modificaciones generalmente se hallan ligadas a los itinerarios que el propio Arlt realiza, y que constituyen el sustento empírico donde recoge los materiales que nutren sus notas. Así, las primeras crónicas se escriben a partir de las recorridas que realiza por la ciudad de Buenos Aires, registrando diversos aspectos de la cultura urbana, particularmente de sus estratos populares. De ese modo, un conjunto de costumbres, actitudes, creencias, y sobre todo “personajes” de extracción popular, como asimismo su particular lenguaje, le brindan el material para desarrollar sus notas “costumbristas”, donde con ironía y sarcasmo pero también con una clara indulgencia compone las plásticas imágenes que los representan. A la manera de un antropólogo urbano, Arlt va registrando las distintas formas de la cultura popular de la época, desde una posición que le permite señalar lo que él entiende como sus virtudes tanto como sus defectos: por tal razón, a diferencia de los registros pretendidamente ascépticos de la mirada científica, las aguafuertes arltianas se enuncian desde una perspectiva que no cesa de evaluar aquello que mira. Esa modalidad constituye, por otra parte, lo que podría llamarse la dimensión política de las crónicas de Arlt, caracterizadas siempre por las formas de juzgamiento crítico de sus objetos, aún cuando por su temática esa dimensión no se manifieste de manera explícita.
Las primeras aguafuertes se llamarán, en consecuencia, “porteñas”, por referir, como es obvio, a la ciudad de Buenos Aires. Pero Arlt se transformará prontamente en un cronista viajero, que ampliará significativamente su horizonte. Por ello, las aguafuertes irán variando su adjetivación para dar cuenta de los nuevos itinerarios que Arlt realiza: así, en 1930 se denominarán “aguafuertes uruguayas”, en 1934 “aguafuertes patagónicas” y en 1935 “aguafuertes españolas”, con sus especificaciones como aguafuertes “madrileñas”, “africanas”, “asturianas” o “gallegas”. Por otra parte, los cambios de nombre, que claramente dan cuenta de la temática abordada en cada caso, no se limitan a esas variaciones en su adjetivación, dado que en 1933 la columna se denominará “Hospitales en la miseria” y en 1934 “Buenos Aires se queja”, cuando su autor realiza auténticas campañas de denuncia de las carencias y necesidades insatisfechas que padecen los habitantes de la ciudad; de igual manera, en 1936 la columna se titulará “Tiempos presentes” o “Al margen del cable”, cuando se aparta de la temática local para abordar cuestiones inherentes a la problemática mundial de la época. [5]
Como lo indican tales títulos, las crónicas de Roberto Arlt no se limitaban a esa especie de registro “antropológico” del mundo en que vivía, sino que suponían, además, verdaderas intervenciones en el orden de lo social y político. Se trataba, por cierto, de intervenciones críticas, que también se practicaban en el campo de la crítica de arte y de literatura: por tal razón, la redacción de esas notas varía asimismo su configuración discursiva y genérica, dado que, según los casos, se constituyen como relatos de viaje, crítica literaria o textos de tipo ensayístico. Pero en todos los casos, las aguafuertes de Arlt obedecen a una misma pulsión textual, aquella que sostiene las inconfundibles formas de su singular escritura.
En consecuencia, y como ya se ha dicho, esas crónicas nunca dejan de estar atravesadas por la escritura literaria del autor. Análogamente, también debe decirse que su obra de ficción mucho le debe a su práctica periodística. Como es notorio, ese tipo de deudas se vuelve particularmente visible en su obra narrativa mayor, la saga compuesta por “Los siete locos” y “Los lanzallamas”. En ella, los extensos capítulos que conforman su texto se hallan divididos en una serie de secuencias narrativas menores, a la manera de un conjunto de auténticos episodios. Esos episodios, en su relativa autonomía diegética, no dejan de evocar la forma y la materialidad narrativa de las unidades folletinescas, género de difusión periodística por excelencia en el siglo pasado y comienzos del actual. [6] Y si la articulación del texto de las novelas revela de ese modo la impronta de las formas de la escritura periodística (dada por la brevedad y recurrencia de pequeñas unidades producidas para su entrega diaria), ello es reforzado por el hecho de que cada uno de esos “episodios” porta un título, al igual que los textos que integran el cuerpo de un periódico. Así, los títulos de esas secuencias narrativas cumplen una función similar a la de los títulos periodísticos, dado que operan como verdaderas condensaciones o tematizaciones de los asuntos que relatan.
Pero lo periodístico no se agota en ese plano formal o constructivo de los textos novelísticos, ya que además penetra en ellos para manifestarse asimismo en el plano de sus contenidos semánticos. Así, en “Los lanzallamas”, los personajes de la novela utilizan permanentemente a los periódicos como fuente de información, generando un efecto de verosimilitud que es característico de los relatos realistas. Ese recurso se lee, en consecuencia, como una suerte de irrupción de lo real en el texto, [7] que operaría, supuestamente, como una especie de autenticación o garantía de la verdad de lo que allí se narra. Se trata, por cierto, de una pretensión a la que la escritura de Arlt rápidamente desestabliza: incorporadas al texto narrativo, las noticias devienen ellas mismas en material de ficción, aún cuando se trate de informaciones de procedencia periodística. Son, por así decir, auténticas ficcionalizaciones del material periodístico, que a su manera también revelan la dialéctica peculiar que en la narrativa de Arlt vincula la verdad con el engaño.
Esa profunda interrelación entre escritura periodística y literaria encuentra su instancia de manifestación mayor, finalmente, en el penúltimo episodio de “Los Lanzallamas” (“Una hora y media después”). [8] En él, Erdosain se despide del Comentador después de haber realizado la confesión de sus “iniquidades” y del crimen de “La Bizca”. Su próximo y último acto consistirá en su suicidio, a bordo del tren al que entonces asciende, de manera que para el desarrollo de la novela se trata, en este punto, de narrar precisamente ese acto. Y es en ese instante final del relato cuando, significativamente, la narración se desplaza hacia el ámbito de la redacción de un periódico, representando el escenario y los personajes que le dan forma. En esa dramatización, el Secretario de Redacción recibe una llamada de un corresponsal que le informa del suicidio de Erdosain, profiere la típica orden de parar las máquinas, y escribe el título y el texto de la noticia que será un impacto informativo.
La muerte de Erdosain, de esa manera, es literalmente contada desde la redacción de un diario. Ello potencia su halo de veracidad, al representar un contexto enunciativo cuya relación con la verdad se muestra, en principio, como indubitable. Pero además, la escena incluye los aspectos más negativos de la actividad periodística, al representar la satisfacción de otro personaje, el Jefe de Revendedores, por aumentar la tirada en cincuenta mil ejemplares. La escenificación del discurso periodístico que practica el texto de la novela implica, de ese modo, tanto un reconocimiento como una crítica: si por un lado supone la admisión de la trascendencia social de ese discurso, por otra parte revela sus costados sórdidos, los perversos mecanismos mercantiles que lo sustentan y orientan. En tal sentido, diríase que esa tematización del discurso periodístico por parte del discurso narrativo deviene en una manifestación ejemplar de los modos en que ambos se vinculan en la escritura de Arlt, donde el vínculo entre ambos, lejos de mostrarse como una suerte de correspondencia unitaria, siempre se muestra como un vínculo problemático. Ello es así, porque antes que una diferencia de contenidos o de referentes discursivos, la oposición periodismo / literatura en Arlt plantea la relación entre dos series de convenciones genéricas específicas (las literarias y las periodísticas) que nunca cesan de infiltrarse mutuamente.
Y es por lo mismo que la escritura de sus aguafuertes tanto le debe a su práctica literaria. Porque cuando en ellas se trata de representar diversos aspectos de la realidad, la experiencia y el saber poético del escritor proveen los medios y recursos que posibilitan esa representación. Así, técnicas y procedimientos narrativos, descripciones, dramatizaciones, y por sobre todo un estilo reconocible tanto por su léxico como por sus figuras y su sintaxis, sostienen inequívocamente esos textos, en los que, al igual que en sus novelas, para Arlt siempre se trata de narrar el mundo.
Presencia del escritor en sus textos
A diferencia de los textos canónicamente considerados periodísticos, las aguafuertes de Roberto Arlt comportan un alto grado de subjetividad, que se sostiene en la ecuación donde habitualmente ella se revela, dada por el uso de la primera persona acompañada de un nombre propio. La forma de esa ecuación – Yo, Roberto Arlt – sostiene y atraviesa el texto de sus crónicas, y por ello las aguafuertes pueden leerse tanto como un registro del mundo como las formas virtuales de un registro autobiográfico. Ellas narran el desplazamiento incesante de ese sujeto por el espacio y el tiempo, según un movimiento que ensancha permanentemente el arco de su mirada, y por eso dan cuenta tanto del devenir del mundo que se observa como del devenir de ese sujeto en el mundo observado.
Por ello, las “aguafuertes...” siempre suponen diversas formas de representación de su autor, ya que en ellas se trata de escenificar su quehacer y su experiencia como el sustento vital que las posibilita. Así, en una nota como El placer de vagabundear, [9] Arlt representa simbólicamente al vagabundeo como lo que sostiene y posibilita su escritura. Para un soñador “irónico y un poco despierto”, nos dice allí, las calles de Buenos Aires “están llenas de novedades”. Porque ese soñador es el que ve, pero también el que descubre, el que devela dramas escondidos o historias crueles. Notablemente, muchas de esas historias se reconocen en los semblantes de sus protagonistas, porque hay semblantes que, según Arlt, son “como el mapa del infierno humano”. De manera que el cronista deviene en una especie de cartógrafo, en alguien que lee en los rostros los diagramas visibles de esos dramas ocultos que alientan en la vida gregaria y anónima de la ciudad. Así, en la autorrepresentación generada por Arlt el cronista es una suerte de intérprete, de Gran Hermeneuta que insistentemente devela sentidos en la misma medida en que devela historias. Historias y sentidos que le brinda la calle, que para un soñador como él se transforma asimismo en “un escenario grotesco y espantoso”, al tiempo que “la ciudad desaparece” para “dejar flotando en el aire agriado las nervaduras del dolor universal”. En esa imagen trazada por la escritura de Arlt, se reconocen claramente los modos en que concibe su propio quehacer: se trata, por cierto, de una experiencia reveladora, de una suerte de iluminación antes que mística profana, que surge del encuentro con la ciudad y sus sufridos habitantes. Y es por todo ello que, para Arlt, las calles constituyen la mejor escuela para entender al mundo, dado que ofrecen una sabiduría superior a la que pueden brindar los libros y los poetas.
La perspectiva que proponen las aguafuertes supone, de esa manera, un fuerte anclaje subjetivo, sobre los lazos que ligan al Yo con un nombre propio. Y si el nombre es vivido como una especie de marca, de signo ineludible fatalmente heredado – como lo propone la nota Yo no tengo la culpa [10] - las aguafuertes por otra parte no dejan de remitir a la instancia originaria y virginal de la infancia, donde ese nombre funciona como un auténtico blasón de aquello en que devendrá su portador adulto. Así, en notas como Yo no tengo la culpa o El viejo maestro, [11] las aguafuertes recrean la escena de un Arlt escolar, que anticipa en una serie de rasgos – la imaginación, la rebeldía, la capacidad de inventar o soñar - la imagen adulta del Arlt escritor que proponen sus textos.
Pero la trama autobiográfica que urden las aguafuertes no se limita a la evocación del pasado sino que se proyecta además hacia el presente. En la nota titulada La crónica 231, [12] Arlt habla de su trabajo actual, del director del diario y de sus lectores, como asimismo del idioma que utiliza y de aquellos escritores a los que considera sus maestros: “escribo en un “idioma” que no es propiamente el castellano, sino el porteño”, allí dice, para manifestar además su relación discipular con autores como Dickens, Quevedo, Dostoievski o Cervantes. Las aguafuertes van dibujando de ese modo una cierta imagen del escritor, que es, como toda imagen literaria, una imagen construida discursivamente. Por tal razón, ella debe representar lo que se consideran sus rasgos distintivos, aquellos atributos que le confieren su identidad singular. Entre tales atributos, como se ha dicho, se destaca particularmente su condición de sujeto itinerante y vidente: por ello, muchas aguafuertes representan a su autor, el cronista Arlt, en el ejercicio de tales propiedades. De ese modo, en la nota titulada Taller compostura de muñecas, [13] Arlt se representa a sí mismo deambulando por la calle Talcahuano, donde descubre un taller en el que se componen muñecas. Sorprendido por ese descubrimiento llega hasta la calle Uruguay, donde encuentra un taller similar. A la sorpresa por la repetición del insólito hallazgo le sucede una sesuda meditación acerca de las razones por las cuales existen esos talleres de composturas de muñecas, en la que, por medio de una argumentación tan aguda como sarcástica, Arlt nos convence de que esos talleres existen gracias al “sentimiento de tacañería o de sentimentalismo” de los “eternos conservadores” que acumulan objetos inservibles y de escaso valor en sus hogares. La nota deriva así en una especie de “crítica social” a los hábitos y valores de la pequeño burguesía porteña de la época, según un procedimiento que consiste en interpretar lo que se mira. Porque las aguafuertes, según una recurrencia tan persistente como previsible en su escritura, consisten precisamente en eso: un proceso de evaluación constante de todo aquello que se muestra como el espectáculo del mundo.
Esa modalidad de la escritura periodística de Arlt, por otra parte, siempre parece descansar sobre una suerte de anuencia o complicidad que se establece a nivel del público lector. Y esa actitud por parte de los lectores, lejos de reducirse al plano de los supuestos implícitos en cada texto, en diversos casos se manifiesta de manera explícita como contenido de las aguafuertes. Por ello, diversas notas incluyen la figura de sus destinatarios, representado las formas de comunicación que se establecen entre Arlt y sus lectores, según un procedimiento al que podría calificarse como tematización del circuito interlocutivo establecido entre el cronista y los lectores del periódico. Así, una nota como Sobre la simpatía humana [14] representa claramente las características de dicho circuito, al pasar revista a los distintos tipos de cartas que Arlt recibe diariamente. Pero ese relevamiento no sólo permite conocer algunos datos referidos a los emisores de las cartas – puede tratarse, según los casos, de una muchacha que escribe regularmente cada quince días, de un hombre que manejaría con más habilidad un martillo o un pincel que una pluma, de una dactilógrafa o de un estudiante – sino que permite además, y de manera esencial, conocer la perplejidad que experimenta Arlt frente a sus mensajes. En primer lugar, por no saber verdaderamente de quienes se trata, ya que las cartas no son más que las manifestaciones visibles de un otro ignoto, “inexistente”. “¿Con quién habla uno?. He aquí el problema”, se pregunta y responde Arlt, enfrentado a esa masa imperceptible de lectores de los que conoce tan sólo sus signos epistolares. Pero esa perplejidad que genera la realidad abstracta y anónima de su multitudinario público, en lo que parecería toda una escenificación de la posición del escritor en las sociedades contemporáneas, puede transformarse asimismo en una sensación agradable, cuando Arlt piensa que todos esos lectores “se parecen por la identidad del impulso”, esto es, por la necesidad de expresión, de comunicación, que los hace semejantes. Las cartas – auténticos sustitutos de ese otro que es el público lector – pueden entonces interpretarse como la manifestación de “un problema, una realidad espiritual” que encierra cada hombre, y por ello inspiran en Arlt la fantasía modernista de un diario escrito únicamente por sus lectores: un diario donde “cada hombre y cada mujer pudiera exponer sus alegrías, sus desdichas, sus esperanzas”. Si esa fantasía supone, por una parte, algo así como una concesión de tono demagógico dirigida hacia ellos, por otra parte supone el reconocimiento de la importancia fundamental que cobran en la perspectiva de Arlt, ya que sin ellos, su quehacer periodístico y literario no podría sostenerse.
Además de esas formas de comunicación espistolar, las aguafuertes también representan formas de comunicación telefónica establecidas por sus receptores. En una nota titulada La señora del médico, [15] Arlt dramatiza, en tono de comedia, la llamada de un médico, quien le pide que escriba una nota sobre su esposa, la que ha sido cautivada por el habla de un curandero. Y si el texto le permite desplegar sus juicios caústicos acerca de la incurable credulidad de las mujeres, atrapadas mayoritariamente por la charlatanería de esos chamanes modernos, por otra parte le permite representar uno de los roles esenciales que desempeña su público, como es el de ofrecer temas y asuntos para su columna. Pero las aguafuertes no consignan solamente ese rol, dado que también registran otro tipo de actitudes hacia su autor, mucho menos favorables o amistosas. Así, en ¿Cómo quieren que les escriba?, [16] Arlt reproduce el reclamo de un lector, quien le pide que “no rebaje más sus artículos hasta el cieno de la calle”. La misma clase de crítica es narrada en otra nota, titulada El derecho de alacranear, [17] donde un lector le escribe para contarle que, en una tertulia de café, uno de los contertulios ha dicho que las aguafuertes “no pasan de ser descripciones perrunas”, mientras que otro ha afirmado que “no son aguafuertes sino que son pasteles”. Por ello, el autor de la carta, que a diferencia de los otros parroquianos se ubica en una posición favorable respecto de Arlt, le pide que lo instruya acerca de cómo defenderlo, diciéndole si lo que escribe son o no aguafuertes. Ese pedido le permite desplegar al cronista una de sus notables argumentaciones, donde descalifica ese tipo de preguntas por el género de sus textos: “nunca me interesó la etiqueta con que se clasifica cualquier mercadería”, afirma Arlt con su desenfadado lenguaje, desmitificando la importancia que suele atribuirse al título de las obras. Porque lo que cuenta es la sustancia, el contenido de lo que se dice, sostiene Arlt, independientemente de los rótulos que lo expresan. De igual modo, admite que no todos los lectores reaccionan de la misma forma ante sus textos, ya que algunos se disgustan por lo mismo que otros se complacen.
De esa forma, las aguafuertes incorporan la representación de sus lectores en su textualidad, exhibiendo la diversidad de actitudes con que se posicionan en la instancia de su recepción. Ello contribuye a “verosimilizar” dicha representación, volviendo creíbles las imágenes que los inscriben en las crónicas. Independientemente de los grados de correspondencia que esas imágenes pudieran guardar con los destinatarios reales, empíricos, de las aguafuertes, su mero dibujo simboliza de manera elocuente el valor y la significación que esos destinatarios suponían para la perspectiva de su autor. Son, por así decir, el otro necesario de la escritura de Arlt, el mismo que posibilita y confiere sentido a la presencia del escritor en sus propios textos.
El mundo representado
Como se ha señalado más arriba, las “Aguafuertes...” suponen, en primer instancia, una representación del mundo urbano tal y como dicho mundo se manifiesta en la ciudad de Buenos Aires. Por ello, las primeras crónicas que escribe Arlt permiten reconocer las formas de un itinerario que atraviesa sus lugares más significativos: el espacio limítrofe de Flores, donde el pasado se pierde irremisiblemente; [18] el ámbito del Parque Rivadavia, proclive para las formas efusivas del amor; [19] la Isla Maciel, especialmente iluminada por las formas expresionistas del espectáculo de un conjunto de grúas abandonadas, que parecen “un paisaje del algún cuento fantástico de Lord Dunsany”; [20] el Jardín Botánico, convertido en el escenario paródico de la holgazanería y la indolencia de los habitantes de la ciudad. [21] Semejante recorrido no podía dejar de incluir como una de sus estaciones privilegiadas a la calle Corrientes, tal como lo expone El espíritu de la calle Corrientes no cambiará con el ensanche, [22] que condensa, casi como una alegoría, los rasgos característicos del espíritu de la ciudad, esa suerte de ser porteño que en ella (y por ella) siempre está haciéndose presente.
Esos lugares, por otra parte, son lugares lógicamente poblados, y por ello las aguafuertes suponen asimismo un registro o más bien un retrato de los tipos característicos, idiosincrásicos, que los habitan. Esos tipos son, más que personajes en el sentido literario del término – esto es, individuos singulares dotados de una psicología y una “interioridad” subjetiva que los distingue en la medida en que les confiere una identidad personal - especies de íconos, o auténticos diagramas de tipos sociales a los que reconocemos por sus atributos genéricos: el solterón, el tenorio, el enamorado, el mirón, el que se tira a muerto, el que da siempre la razón, el hombre corcho. Por tal razón, siempre se presentan como casos, esto es, como manifestaciones singulares, puntuales, de aquello que podría considerarse como su ser genérico. Esa genericidad en ocasiones procede de generalizaciones tan imaginarias como arbitrarias, a la manera de inferencias humorísticas producidas a partir de observaciones particulares. Así, una nota como El hombre de la camiseta calada [23] afirma que “todos los legítimos esposos de las planchadoras usan camisetas caladas”, y que además “no trabajan”. Esa clase de procedimientos revela, como es obvio, no sólo la mirada de Arlt, sino además, y esencialmente, la perspectiva del público lector - aquello que podría llamarse su sistema de opiniones y creencias - con la que el autor de las crónicas siempre intenta establecer correspondencias. Por consiguiente, esos tipos de los que hablan las aguafuertes suelen ser vistos con humor e ironía pero también con piedad e indulgencia: ya se trate de esas muchachas sacrificadas, que pasan la vida trabajando duramente desde pequeñas, [24] de esos turcos que recorren la ciudad ofreciendo baratijas mientras juegan a la lotería para poder volver a su país,[25] o de los jóvenes que se postulan para un trabajo tan deseado como inaccesible, [26] los seres que las crónicas retratan devuelven, como en espejo, infinidad de rasgos y caracteres en los que, seguramente, debían reconocerse sus consecuentes lectores. No obstante ello, la indulgencia de Arlt nunca resulta absoluta o indiscriminada, dado que en ocasiones cede su lugar a una visión crítica de esas figuras, como ocurre con la imagen corrosiva del oportunismo que se expone en El hombre corcho. [27] Por otra parte, y a pesar de su intención de concordar generalmente con los valores y opiniones del público lector, las aguafuertes arltianas soslayan lo que podría llamarse la perspectiva moral socialmente dominante, al rescatar ciertas actitudes y comportamientos de naturaleza transgresora y por momentos ilegal: así, hablarán no sólo del que obtiene ventajas en el trabajo a costa de los otros [28] o del que vive de lo que saca a los demás, [29] sino también de auténticos malvivientes, como ocurre en Conversaciones de ladrones, [30] donde se formula una significativa homología entre los que roban y los que cuentan historias, como si se tratase, por lo menos en su caso, de propiedades convergentes. [31]
Junto con esa auténtica galería de tipos socialmente relevantes, las aguafuertes arltianas exhiben asimismo lo que podría definirse como costumbres y actitudes culturalmente significativas. Y en este caso, también pueden abarcar desde hábitos y prácticas de tipo picaresco, que son mirados con benevolencia, [32] hasta actitudes y costumbres que se constituyen en objeto de crítica implacable por parte del autor. Ejemplo de ello es la nota Filosofía del hombre que necesita ladrillos, [33] donde Arlt pone en evidencia, satíricamente, las formas de hurto que practican los “pequeños propietarios” cuando se abocan a la tarea de construir sus viviendas, para proponer, según los modos tan brillantes como irónicos de su argumentación, que “viene aquí a establecerse casi la verdad de ese postulado de Proudhon de que la propiedad es un robo”.
La mirada de Arlt se constituye, de ese modo, en una mirada sesgada, que soslaya los objetos privilegiados por el discurso periodístico convencional – los grandes episodios, los personajes importantes – para detenerse en aquello que nunca podría ser tema de dicho discurso: lo ínfimo de la vida social, el detalle de las formaciones culturales. Si muchas de las aguafuertes resultan paradigmáticas respecto de esa modalidad, hay una que la condensa de manera ejemplar, denominada Silla en la vereda. [34] Porque al hablar de algo aparentemente tan insignificante como es la costumbre de “sacar sillas” a la calle al atardecer, la escritura de Arlt revela, magistralmente, el conjunto de sus aspectos característicos. En primer término, lo que podría llamarse la necesaria irrupción de la subjetividad: “Yo no sé qué tienen estos barrios tan tristes en el día bajo el sol, y tan lindos cuando la luna los recorre oblicuamente” dirá el cronista, dramatizando su atracción por los escenarios barriales, al hablar de ellos desde el lugar intransferible de su propioYo. Junto con ello, la nota exhibe el uso de un léxico y una sintaxis que identifican, de manera inequívoca, su peculiar estilo. Con esos instrumentos verbales, Arlt responde a sus propias interrogaciones diciendo: “Encanto mafioso, dulzura mistonga, ilusión baratieri, ¡qué sé yo qué tienen todos estos barrios!”, en una secuencia nominal donde la adjetivación se lee como uno de los registros por los que penetra el habla popular en el texto de la crónica. Y si la adjetivación remite a las formas del habla popular, los términos sustantivos pertenecen a otro registro, más “alto” o por lo menos más neutro a nivel de la lengua: por tal razón, en ese nivel tan puntual, la sintaxis de Arlt, a su manera, también pone de manifiesto el sentido de mezcla y amalgama cultural que caracteriza a su escritura. Amalgama que también la nota tematiza cuando dice luego: “Fulería poética, encanto misho, el estudio de Bach o de Beethoven junto a un tango de Filiberto o Mattos Rodríguez”.
Esa mirada al sesgo, por otra parte, no es privativa de esta clase de notas abiertamente costumbristas, dado que domina la totalidad de las aguafuertes. Por ello, aún en aquellas notas que abordan excepcionalmente temas o asuntos de actualidad, la mirada del cronista es la misma. Así, en la serie de notas que escribe a propósito del golpe militar del 6 de setiembre de 1930, en vez de referir a los grandes protagonistas de ese episodio histórico, Arlt escribe mirando al común de la gente, es decir, a los soldados, los oficiales de menor jerarquía, los transeúntes, los comerciantes o los propios periodistas que en diversa medida participan de ese suceso, para adoptar generalmente su misma perspectiva en el tratamiento de esos temas. [35]
Por consiguiente, en la escritura de las aguafuertes pueden reconocerse determinadas constantes y variantes. La perspectiva adoptada por el autor, su peculiar mirada, puede definirse sin duda como una constante: se trata siempre del mismo punto de vista, que se posiciona en el territorio multiforme de las culturas populares. Mientras que los lugares desde los que escribe, los hic et nunc desde donde emite sus singulares mensajes, constituyen uno de los elementos variables de sus textos, el mismo que permite trazar las formas del recorrido por el mundo que Arlt va realizando a lo largo de su vida. Ello es legible, por ejemplo, en las “aguafuertes patagónicas”, escritas en 1934. [36] En ellas se trata como siempre de la mirada urbana de Arlt, pero proyectada, en este caso, sobre un mundo agreste, natural, de formas y carácter “pre-urbano” por así decirlo. Ese mundo patagónico, en las crónicas de Arlt, se revela como un inmenso espacio a conquistar, y por ello sus textos se leen como la narración épica de su apropiación, a la manera de los clásicos relatos de conquista. Y si los personajes que retratan esas crónicas suelen ser auténticos pioneros, su tono y su sentido adoptan las formas de lo grandioso e incluso lo desmesurado, dado que en ellas todo parece basarse en el esfuerzo físico y la destreza que permiten realizar acciones características como cazar, construir, y en definitiva dominar a la naturaleza. Frente a ello, la admiración del cronista por ese mundo tan resistente como incipiente es notoria, dado que Arlt siempre parece fascinarse por el espectáculo de la liberación de fuerzas que supone el acceso a la modernidad.
Pero la fascinación y la curiosidad de Arlt no se agotan ante el espectáculo de ese mundo surgente, ya que se despliegan además ante el espectáculo milenario del universo europeo. Notoriamente, cuando el desplazamiento del cronista por el mundo sea mayor, su atracción por lo diferente, lo novedoso, se incrementará de manera proporcional. Como es sabido, en 1935 Arlt viaja a España, desde donde escribirá una serie de crónicas que dan cuenta de su admiración por todo lo que allí encuentra. En primer término, la arquitectura tradicional de sus antiquísimas ciudades, los monumentos y construcciones religiosas que pululan en su territorio, pero también sus habitantes, de los que una vez más, y de modo invariante, registrará sus manifestaciones y sus tipos populares. Esa atracción, por otra parte, nunca se dará de manera ingenua, dado que el enfrentamiento con el mundo europeo parece potenciar la conciencia perceptiva y cognitiva en Arlt. De ese modo, en una nota titulada Llegada a Cádiz [37] critica la visión distorsionada, mediada, que de España ofrecen la música, la fotografía o la literatura, para reivindicar la percepción directa, si se quiere empírica, que le permite acceder a lo que está más allá de las imágenes costumbristas y convencionales: las calles, las multitudes, la realidad misma de la España popular. Se trata, por cierto, de una estética o una poética que privilegia las formas del contacto directo con Europa, y que por lo tanto sólo puede plasmarse como una literatura de viaje. Y es por ello, precisamente, que las aguafuertes de Arlt se emparientan con otros textos contemporáneos que también relatan la experiencia del viaje a Europa, como los que escribieran pocos años antes Oliverio Girondo y Raúl González Tuñón. Porque más allá de las diferencias de género que separan a las aguafuertes arltianas de los libros que por entonces publican Tuñón y Girondo – pensamos, básicamente, en obras como Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y Calcomanías en el caso de Girondo, y en La calle del agujero en la media en el caso de González Tuñón -, [38] las crónicas de Arlt comparten con los versos de esos poetas el mismo afán por registrar, desde el seno de Europa, la visión novedosa de un mundo viejo al que se accede desde su absoluta exterioridad. En lo que pueden diferir, obviamente, es en el tono y en el lenguaje adoptados para su representación: así, los poemas de Girondo se caracterizan por manifestar una irreverencia sarcástica y paródica que desacraliza las imágenes milenarias de Europa, y por ello, cuando se enfrentan con los mismos objetos con que se enfrentan las crónicas de Arlt, trazan una imagen mucho más irrisoria de los mismos. [39] Los poemas de Tuñón, por su parte, parecen aproximarse más a la visión que exponen las aguafuertes de Arlt, dadas las figuras populares que registran, o el interés común que manifiestan por los vestigios monumentales del pasado. No obstante ello, hay en su enunciación un tono jovial, una especie de euforia vital que enfatiza la experiencia y la figura del poeta, que implica asimismo una diferencia evidente respecto de la escritura arltiana. De todos modos, y más allá de tales diferencias, las crónicas de Arlt comparten con la poesía de Girondo y Tuñón su condición de textos de viaje. En tal sentido, representan la presencia de una escritura foránea en el seno mismo de la geografía y la cultura europeas, para intentar trazar, desde su propio territorio, las representaciones textuales con que la literatura argentina nunca deja de des-cubrir al universo europeo.
El ejercicio de la crítica
Ese trabajo de registro y representación del mundo que implican las aguafuertes arltianas supone, como uno de sus rasgos característicos, el ejercicio constante de la crítica. Ello significa que el universo de objetos y sujetos que permanentemente dibujan nunca es visto neutralmente, dado que siempre constituye una materia que se somete a notorios procesos de valoración. En tal sentido, podría decirse que para la escritura de Arlt todo debe evaluarse, asumiendo de ese modo posiciones muchas veces beligerantes y polémicas, a la manera de auténticas intervenciones políticas en el orden de lo social, lo político y lo cultural. Y si la crítica se ejerce de forma incesante sobre el universo representado, ello es posible porque lo primero que se somete a crítica es el medio o el instrumento que permite dicha representación, esto es, el lenguaje utilizado por el autor. Desde esa perspectiva, puede afirmarse que Arlt posee una clara conciencia de los medios con los que trabaja verbalmente, que lo lleva a adoptar posiciones radicales y provocativas respecto de un conjunto de opiniones y creencias impuestos socialmente acerca de los usos correctos del lenguaje. Por ello, y de modo análogo a lo que se produce en su obra de ficción, las aguafuertes adoptan formas y usos propios del habla popular como la materia verbal a partir de la cual se genera su escritura, según una operatoria discursiva que conjuga valoraciones de tipo cultural con posiciones políticas y principios éticos en la práctica textual de su autor. Así, la escritura de las aguafuertes supone una posición enunciativa que se configura como un auténtico decir popular, al que se reivindica frente a las concepciones cerradas y retrógadas de los estamentos representativos del poder político y cultural. Desde ese punto de vista, Arlt se revela como un observador atento de la vida real del lenguaje, de las formas y usos concretos que cobra a nivel de los sectores mayoritarios de la sociedad. Y es justamente por ello que se define como alguien que practica una filología lunfarda, [40] según una figura que vincula, de un modo tan provocativo como escandaloso, el ámbito de una disciplina prestigiosa y académica con un objeto socialmente degradado e inadmisible para ese campo del saber. Pero la actividad del “filólogo lunfardo” no se limita e exhumar el sentido de un conjunto de términos habitualmente ignorados por el saber académico, sino que yendo hacia su origen, como corresponde a la genuina labor filológica, practica una serie de operaciones de traducción, al establecer las equivalencias españolas de esas voces de raíz foránea que el filólogo dobla para sus lectores. [41]
De manera que Arlt traduce, es decir, vincula por encima de las diferencias lingüísticas y culturales, cuando la cultura oficial se empecina en segregar esas formas espúreas del habla popular: de ahí el sentido y el valor político de su escritura. De ello da cuenta, de manera paradigmática, la nota El idioma de los argentinos, [42] donde su autor polemiza con un exponente de la cultura oficial como Monner Sans, quien preconiza la necesidad de desarrollar una campaña de depuración de la lengua. Frente a ello, Arlt responde reivindicando la creatividad del habla popular, a la que compara con las formas populares y nativas de la práctica del boxeo, oponiéndolas a las formas escolásticas y europeizantes del boxeo de salón. Leídos desde esta perspectiva, los textos de Arlt parecen recoger ciertas preocupaciones propias de la época, como las que indagan por los componentes populares de la cultura nacional. Se trata, por cierto, de la preocupación por una cultura situada, o por la situación de la cultura local, que no podría entenderse desconociendo las relaciones de fuerza conflictivas que configuran dicha situación.
Y es a partir de semejantes puntos de vista que Arlt desarrolla además su tarea de crítico cultural. Así, las aguafuertes exponen sus particulares intereses acerca de la literatura, el cine o el teatro contemporáneos, desplegando un catálogo de nombres que configuran el espectro de todo aquello que concita su interés: por ejemplo, los nombres de Enrique González Tuñón, Pondal Ríos, Armando Discépolo, o Chaplin.[43] En esa serie de notas, Arlt se revela como un receptor atento y especializado de las obras que comenta, que puede exhibir sus conocimientos técnicos acerca de la materia analizada, sobre todo en el caso de las obras literarias. [44]
Si las aguafuertes donde Arlt ejerce la crítica cultural trasuntan casi naturalmente su condición de escritor, ello se potencia aún más cuando escribe notas que constituyen manifestaciones puntuales del género ensayístico. Porque en ellas puede reflexionar acerca del ser y del destino de la literatura actual, [45] tanto como acerca de la naturaleza de la juventud [46] o de lo que significa el advenimiento de la guerra, [47] sin que ninguna de esas cuestiones deje de estar contaminada por las significaciones que generan las otras. Podría decirse, entonces, que en estas aguafuertes el escritor Roberto Arlt se manifiesta en todo su esplendor: atravesando las urgencias del medio y de los géneros periodísticos, se enfrenta con un mundo que trepida, y en ese enfrentarse lo interpela persistentemente, para tratar de revelar, con sus honrosos recursos verbales, la naturaleza real de su miseria y su grandeza.
[1] Este modo de entender la obra arltiana en general y su zona periodística en particular no ha sido desconocido por diversos trabajos críticos que han consignado esta clase de vínculos. Desde el ya lejano
libro de Raúl Larra Roberto Arlt, el torturado (Buenos Aires, Futuro, 1950), hasta el reciente libro de Carlos Correas Arlt literato (Buenos Aires, Atuel, 1995), pasando por artículos como Arlt: sacar las palabras de todos los ángulos de Adriana Rodríguez Pérsico (publicado en Cuadernos Hispanoamericanos – Los complementarios 11- Julio 1993), se trata de distintos abordajes de la literatura de Arlt donde se trabaja asimismo – naturalmente que de maneras diversas y con distintas orientaciones – con sus textos periodísticos. Pero si hay una autora que ha desarrollado un trabajo crítico especialmente significativo sobre esos textos, ella es Silvia Saítta, quien a lo largo de un conjunto de artículos y prólogos a distintas ediciones de las “Aguafuertes...” generó una serie de lecturas sumamente fructíferas, que en diversos aspectos han orientado la elaboración de estas páginas. Al respecto, pueden verse los siguientes trabajos de Silvia Saítta: Prólogo a Aguafuertes Porteñas. Cultura y Política ( Buenos Aires, Losada, 1992); Prólogo a Aguafuertes Porteñas. Buenos Aires, vida cotidiana ( Buenos Aires, Alianza, 1993); Roberto Arlt y las nuevas formas periodísticas, en Cuadernos Hispanoamericanos – Los complementarios 11” – Junio 1993; Prólogo a Tratado de delincuencia ( Buenos Aires, Biblioteca Página 12, 1996); Prólogo a En el país del viento (Buenos Aires, Simurg, 1997).
[2] Como lo refiere Silvia Saítta en el Prólogo a Aguafuertes Porteñas: Cultura y Política (op. cit.), Arlt trabaja en El Mundo desde el momento mismo de su aparición, el 14 de mayo de 1928. Durante los primeros meses publica algunos cuentos y una serie de notas “costumbristas”, que a partir del 5 de agosto de ese año comienzan a llamarse Aguafuertes Porteñas, y a partir del 15 del mismo mes comienzan a ser firmadas por el autor.
[3] La misma autora caracteriza a “El Mundo” como tibio en sus opiniones y en sus modos de presentar la información, complaciente con los gobiernos de turno y tímido en sus apreciaciones políticas, en Roberto Arlt y las nuevas formas periodísticas, incluido en Cuadernos Hispanoamericanos – Los Complementarios 11, op.cit.
[4] Esa interrelación entre periodismo y literatura no era privativa de la experiencia de Arlt, ya que caracteriza a la práctica de un conjunto de escritores de la época. Al respecto, Beatriz Sarlo afirma que El Mundo, como lo había sido y seguía siendo Crítica, se convierte en fuente de ocupación para los escritores recién llegados al campo intelectual y también para los de origen patricio como Borges, que dirige, durante un período muy breve, el Suplemento Color de Crítica. Como se comprueba en las memorias y recuerdos del período, prácticamente todos los que publicaron en esos años pasaron por las redacciones y se constituyeron, en casos como el de los hermanos Tuñón o Arlt, en periodistas estrellas. El nuevo periodismo y la nueva literatura están vinculados por múltiples nexos y son responsables del afianzamiento de una variante moderna del escritor profesional. Sobre este asunto, cfr. Sarlo, Beatriz: Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930. Buenos Aires, Nueva Visión, 1988, págs. 20 y 21.
[5] Un relevamiento puntual de las modificaciones en la titulación de la columna de Arlt es realizado por Silvia Saítta. Al respecto, cfr. Prólogo a Aguafuertes porteñas: cultura y política, op. cit., y Prólogo a Aguafuertes porteñas. Buenos Aires, vida cotidiana, op. cit.
[6] Como es sabido, los folletines eran relatos publicados en periódicos, lo que determinaba sus características genéricas y textuales, como asimismo su formato. Para una visión general de tales características, y de los vínculos existentes entre literatura y periodismo, cfr. Rivera, Jorge: El folletín y la novela popular. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968.
[7] Sobre la producción de un “efecto de realidad” en el texto “realista”, cfr. Barthes, Roland: El efecto de realidad, en El susurro del lenguaje. Barcelona, Paidós, 1987.
[8] Arlt, Roberto: Los Lanzallamas. Buenos Aires, Claridad, 1931.
[9] Arlt, Roberto: El placer de vagabundear, en Aguafuertes Porteñas. Buenos Aires, Losada, 1990.
[10] Arlt, Roberto: Yo no tengo la culpa, en Aguafuertes Porteñas, op.cit.
[11] Arlt, Roberto: El viejo maestro, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op. cit.
[12] Arlt, Roberto: La crónica 231, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op. cit.
[13] Arlt, Roberto: Taller de compostura de muñecas, en Aguafuertes porteñas, op. cit.
[14] Arlt, Roberto: Sobre la simpatía humana, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[15] Arlt, Roberto: La señora del médico, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[16] Arlt, Roberto: ¿Cómo quieren que les escriba?, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op.cit.
[17] Arlt, Roberto: El derecho de alacranear, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op. cit.
[18] Cfr. Arlt, Roberto: Molinos de viento en Flores, en Aguafuertes porteñas, op. cit.
[19] Cfr. Arlt, Roberto: Amor en el parque Rivadavia, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[20] Cfr. Arlt, Roberto: Grúas abandonadas en la Isla Maciel, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[21] Cfr. Arlt, Roberto: Los tomadores de sol en el Botánico, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[22] Arlt, Roberto: El espíritu de la calle Corrientes no cambiará con el ensanche, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[23] Arlt, Roberto: El hombre de la camiseta calada, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[24] Cfr. Arlt, Roberto: La muchacha del atado, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[25] Cfr. Arlt, Roberto: El turco que juega y sueña, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[26] Cfr. Arlt, Roberto: El tímido llamado y La tragedia del hombre que busca empleo, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[27] Arlt, Roberto: El hombre corcho, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[28] Cfr. Arlt, Roberto: Apuntes filosóficos acerca del hombre que “se tira a muerto”, en Aguafuertes porteñas, op. cit.
[29] Cfr. Arlt, Roberto: El parásito jovial, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[30] Arlt, Roberto: Conversaciones de ladrones, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[31] La asociación entre robo y narración o entre delito y literatura está presente en la obra literaria de Arlt, comenzando por El juguete rabioso y continuando con la saga constituida por Los siete locos y Los Lanzallamas. Si en el primer caso se trata de robar libros que suponen un valor importante, partiendo del hecho de que Silvio Astier es un lector de literatura, en el segundo caso se trata de narrar las novelas a partir del hecho de que Erdosain confiesa sus crímenes al Comentador, quien los escribirá como relato. Sobre este vínculo entre delito y literatura en la narrativa de Arlt, cfr. Piglia, Ricardo: Roberto Arlt, una crítica de la economía literaria, en revista Los Libros Nº 29, Buenos Aires, 1973
[32] Como ocurre, por ejemplo, en las aguafuertes El hermanito coimero o El enfermo profesional, incluidas en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[33] Arlt, Roberto: Filosofía del hombre que necesita ladrillos, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[34] Arlt, Roberto: Silla en la vereda, en Aguafuertes porteñas, op.cit.
[35] Sobre este punto, pueden verse un conjunto de notas como ¡Donde quemaban las papas!, Balconeando la revolución, Orejeando la revolución, Prolegómenos revolucionarios y Los que yugaron durante la revolución, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op.cit.
[36] Cfr. Arlt, Roberto: “En el país del viento”. Buenos Aires, Simurg, 1997.
[37] Arlt, Roberto: Llegada a Cádiz, en Aguafuertes Españolas, incluidas en la edición de la Obra Completa, tomo III. Buenos Aires, Planeta-Carlos Lohle, 1991.
[38] Cfr. Girondo, Oliverio: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y Calcomanías, en Obras (Buenos Aires, Losada, 1968) y González Tuñón, Raúl: La calle del agujero en la media (Buenos Aires, Gleizer, 1930).
[39] Sobre este punto, pueden confrontarse textos como Semana Santa, de Oliverio Girondo, incluido en Calcomanías, op. cit, y Semana Santa en Sevilla, de Roberto Arlt, en Aguafuertes españolas, op. cit. En tal sentido, son notorias las diferencias en el tratamiento del mismo asunto, ya que si el poema de Girondo expone una visión satírica y corrosiva de las formas de religiosidad popular observadas por el poeta, la crónica de Arlt no deja de manifestar una suerte de admiración por el espectáculo tan brillante como sobrecogedor que percibe el cronista.
[40] Cfr. Arlt, Roberto: El furbo y El origen de algunas palabras de nuestro léxico popular, en Aguafuertes porteñas, op. cit.
[41] Como ocurre con un conjunto de términos de origen itálico como furbo, fiaca, manyar o squenun, analizados pormenorizadamente en las aguafuertes citadas precedentemente y en Divertido origen de la palabra “squenun”, en Aguafuertes porteñas, op. cit.
[42] Arlt, Roberto: El idioma de los argentinos, en Aguafuertes porteñas, op. cit.
[43] Cfr. Arlt, Roberto: El libro de los pelafustanes, Un hermoso libro, Un collar de ruindades, Estéfano o el músico fracasado, Apoteosis de Charlie Chaplin y Final de “Luces de la ciudad”, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op.cit.
[44] En tal sentido, la lectura de Balada para el nieto de Molly, de Pondal Ríos, resulta ejemplar, ya que en ella revela su competencia para reconocer cuestiones formales y de género (se trata de un “poema en prosa”), identificar su temática (“la angustia del vivir”) describir su tono (similar al de Güiraldes en Xamaica y Poemas solitarios) e incluso señalar defectos (pocos, “de estilo”). Cfr.: Arlt, Roberto: Un hermoso libro, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op.cit.
[45] Cfr., por ejemplo, Arlt, Roberto: Clausura del diario íntimo, Aventura sin novela y novela sin aventura o Irresponsabilidad del novelista subjetivo, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op. cit.
[46] Cfr. Arlt, Roberto: Los jóvenes de los tiempos viejos, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op.cit.
[47] Cfr. Arlt Roberto: La guerra frente a las pizarras, en Aguafuertes porteñas: cultura y política, op.cit.